3 de septiembre de 2017

Ajo y miel

¡Qué combinación más detestable! La miel, espesa, dulce, suave... y el ajo, penetrante, cáustico, hediondo.

Foto tomada de cositasfemeninas.com
Durante mi infancia aborrecí la mezcla que mi madre hacía para calmarme la incesante tos asmática que nos desvelaba a ambas.

Creo que fue como una especie de amargo desengaño de esos que los chiquillos no olvidan: "A ver, a ver, abra la boquita, una cucharadita de miel..." ¡Y rácata! En la boca, el gusto primero a encantadora miel y luego, la grosería del ajo, cuyo olor se colaba por las fosas nasales para nunca desaparecer (o al menos, así lo sentía yo), actuando casi como vomitivo. "¡Cuidadito lo vomita!", venía la orden, seguido de la explicación sobre su poder curativo y cómo actuaría en mis bronquios, liberándome para siempre de la prisión del asma.

Varios años duró en mi conciencia la decepción que me dejaron ambas especies. Evitaba la miel lo más que podía, ni para endulzar, ni en postres, ni sola, nada me hacía probarla. Pero si alguien me insinuaba probar, oler o comer ajo, me sabía a insulto del más ofensivo y vil. Conforme crecí, estaba convencidísima que nunca volvería a probar ni el uno, ni la otra.

¿Cuándo y cómo sucedió la reconciliación? No lo sé, ni cuenta me di. El ajo y su aroma primero, dejaron de ofenderme, luego, me eran familiares e imperceptiblemente, llegué a desearlos. Creo que así fue como me llegó la madurez: dejé atrás los infantilismos que podrían haber rayado en obstinación y bajé las armas para deleitarme con las exquisiteces hechas para el paladar. Desde que hice las paces con el ajo, me encanta sentir su perfume y me asombra el sólo pensar que un plato cualquiera lo convierte en un verdadero manjar.

Otro tanto sucedió con la miel; mi mente dejó de asociarla con el olor y sabor del ajo y empecé a apreciarla y disfrutarla por sus propias cualidades.

Me parece increíble estar en tan buenos términos con la miel y el ajo. Debe ser que en realidad, ambos hicieron muy buena parte en mi recuperación de los bronquios y del gusto por la vida.


27 de agosto de 2017

Des-obsesión

No tengo por qué ocultarlo, me enamoré.
Sí, me enamoré varias veces.
Me enamoraba de hombres mayores, de mi misma edad... e incluso más jóvenes (esto último lo afirmo con cierta vergüenza, pero al fin y al cabo, el corazón no conoce la edad).
Es bonito al principio, cuando se acelera el pulso de sólo pensar en la persona, de oír su voz o no digamos, de verlo acercarse. Pero hay una finísima y delgada línea que separa el enamoramiento juvenil y adolescente de la obsesión. La obsesión se adueña de la persona cuando ésta siente que está perdiendo la magia e ilusión de los primeros momentos. Sucede mucho cuando el sentimiento no es correspondido y la persona no quiere aceptarlo. Es más común de lo que uno cree y es por eso que hay tantas parejas disparejas, embarazos forzados, triángulos y hasta tragedias amorosas. Comprendo a esas pobres muchachas, tienen la autoestima muy baja y la confunden con "yo consigo lo que me propongo", olvidándose que el hombre en sí mismo no es una meta, ni un trofeo. Lo que se conquista es la relación y el fruto del amor, no a un fulano sólo porque se "nos antoja".

Yo sufrí varias veces de obsesión, tengo que confesarlo. Me hacía esquemas mentales para convencerme de que estaba siendo correspondida o faltaba poco para que la otra persona cediera ante "mis encantos". También creía estar siendo objeto de cortejo cuando probablemente la otra persona sólo estaba siendo amable. O incluso, hubo algunos que lo que buscaban era un momento, deseaban experimentar sin afán de buscar nada serio.
Esta obsesión fue más allá del dolor en una ocasión particular: Pensé que al fulano en cuestión le era yo irresistible, por muchas señales que dio y luego descubrí que yo era sólo su conejillo de Indias... ¡para ve tú a saber qué! Lo cierto del caso es que me dormía pensando en él, despertaba pensando en él, sentía por dentro una tirantez del alma, como que hubiera estado a punto de romperse y nada ni nadie me lo podía aliviar. Era una punzada aguda que no terminaba nunca y ya no sabía diferenciar entre mi pensamiento y mi sentimiento. Era como vivir con un puñal clavado y totalmente impotente para sacarlo. Era como desangrarse lentamente pero necesitar esa herida para llegar a verlo, aunque me lastimara más. ¡Una locura! Es el borde del precipicio, el principio de la locura, la desesperación más oscura.
Una mañana de fin de semana, estando yo en este trance de dolor, encendí la TV buscando alivio. Empecé a hacer zapping para ver si algo me lograba desenganchar la mente de esa obsesión tan penetrante y aguda, tal vez un programa cómico, un largometraje de ficción, de historia, algún documental... Llegó lo menos esperado: una monja y no en el canal católico, sino en TVE acaparó mi atención. ¡Pero más que eso, alivió mi obsesión! Ella decía a la entrevistadora: "Soy feliz", entre otras muchas cosas, que ahora no recuerdo. Lo que sí recuerdo es cómo toda la escena, su sonrisa genuina y la paz que transmitía, trascendió el aparato de televisor y la señal de cable y "deslastró" mi corazón, literalmente. Fue como un chapuzón de agua que le lavó todo lo que lo tenía impregnado y ciego. La religiosa me dejó muy claro, a mí en lo particular, que Jesucristo vivo es la fuente de todas las felicidades, las delicias y el consuelo. Que nada ni nadie fuera de Él pueden darnos lo que el corazón anda buscando y necesita. Fue como renacer. Fue como haber estado ciega y volver a ver. Yo todo eso lo sabía e incluso lo había experimentado, pero el enamoramiento obsesivo me lo había hecho olvidar.
Así fue como esa pequeñita escena de pocos minutillos me "des-obsesionó". El alivio y el respiro que tuve son indescriptibles, incomparables a nada vivido anteriormente. En ocasiones anteriores había tenido que "des-enamorarme", pero nunca ni tan intensamente había necesitado una "des-obsesión".
Me quedó claro, las relaciones deben ser libres, en la libertad que sólo nos da el Señor. Sólo Él nos completa y nos da plenitud. Y no nos hizo para andar obsesionándonos por ahí, con otros seres humanos igual de imperfectos, adoloridos, heridos, fallones y tal vez obsesivos como nosotros. Nos hizo para andar el camino juntos, apoyándonos los unos en los otros. Nos hizo para Él, como dice San Agustín, cuya fecha celebramos.
Una vez más, el Señor me liberó y lo hizo de la manera menos esperada: en una entrevista de Televisión Española, que no pretendía dar consejos, terapia, tips, entretención ni diversión. El simple y auténtico testimonio de una sierva de Dios que busca vivir su vida agradándolo, sin grandezas ni autocomplacencias, en el silencio y la discreción. Así llegó mi "des-obsesión".

29 de abril de 2017

Resucito - Luisto & Llandres

Regalé mi Biblia

Después de haber recibido el sacramento de la Confirmación, había pasado muchos ratos con mi buena y grande Biblia Latinoamericana. Me la habían comprado mis papás mientras yo cursaba el segundo básico, a mis 14 años, por requerimiento del Colegio Santa Teresita.

Era de pasta dura, verde, más o menos tamaño media carta, con letra grande y muchos mapas y referencias que la hacían muy atractiva a la lectura.

Después de haber aprendido algo con ella, me había encariñado y a lo lejos creo recordar que le había resaltado tímidamente uno que otro versículo pero, siendo honesta, no me atrevía a mancharla más, ¡me parecía perfecta!

Un día, estando en casa de mi abuela materna, compartiendo con mis hermanas y primos, se me vino de repente una pregunta: "¿Será que la Güicha tiene biblia?" La Güicha era la querida muchacha de servicio, que, entre idas y venidas, pasó varias décadas sirviendo en casa de mi abuela.

Se me ocurrió de pronto que el mayor tesoro que yo tenía hasta ese momento era mi biblia. Y que mucha gente se estaba perdiendo de esa riqueza, de conocer a Dios, sólo por el hecho de no tener una. Le hice la pregunta y la respuesta fue la esperada: no tenía biblia. En un gesto totalmente espontáneo y sin cálculo, le regalé mi biblia. Estaba convencida que era más lo que yo podía recibir de Dios que lo que yo podía dar y que, entre más me costara desprenderme de algo, más valioso sería el gesto.

Años después, la Güicha optó por irse a vivir con su familia a los EEUU y aunque supimos esto y un poco más, perdimos el contacto con ella.

Me llegó la edad adulta y con ella, la preocupación por las cosas materiales. Aún cuando siguiera considerando la biblia un bien espiritual, recuerdo una etapa en la que me entró una mezquindad e inseguridad y me arrepentí de haberla regalado. No sé bien en qué estaba pensando ni por qué lamenté mi gesto de generosidad. ¡Qué triste! ¡Qué retroceso! Tal vez en ese momento pensé que yo la apreciaría más, que estaría mejor cuidada, que había sido un error, un desperdicio regalarla a alguien sólo porque sí, sin saber muy bien si la apreciarían. La verdad es que nunca supe si la Güicha y su familia aprovecharon aquel regalo; tal vez sí, tal vez no, tal vez hasta más que yo. Lo cierto es que Dios obra de maneras misteriosas y saca el mejor provecho de todas las circunstancias. Ahora estoy mucho más convencida de ello y puedo decir con toda certeza que no me pesa haber hecho aquel regalo.

Dios me ha dado mucho más. Ahora tengo una vieja biblia, muy distinta en presentación y ha recibido muy distinto trato, también. Está deshojada - la he pegado varias veces - muy subrayada, marcada de diferentes colores y con anotaciones en algunos márgenes. Lleva dentro unos cuantos separadores de lectura, señalando pasajes que me han dicho algo. No me puedo lamentar, tengo mi tesoro, el que Dios quiso que yo tuviera. Y si me viene el impulso de regalarla también, seguro lo haría sin dudar.

Sólo que ésta no sé si sería bien recibida, de lo maltrecha que está. Esto me alegra porque significa que he tratado de asimilar al máximo todo lo que tiene que decirme.

26 de marzo de 2017

Nueve guayabas y contando...

Dios me habló. Me habla, nos habla siempre, pero no siempre lo escuchamos.

Era diciembre y yo estaba de vacaciones. A menudo pensaba, agobiada, qué hacer con mi trabajo. "Regreso, no regreso, renuncio, no renuncio, qué haré, cómo me mantendré, dónde buscaré, qué otra cosa haré... ya estoy muy mayor...", et cætera. Estaba descontenta y a ello se sumaban varias incertidumbres e incomodidades, dolores y malos recuerdos, junto con la sospecha de que esos malos ratos nunca se acabarían.
De pronto, ¡oh sorpresa! Una guayaba a mis pies, en pleno diciembre. La época de guayabas había pasado hacía varios meses y nuestro árbol estaba dando, a lo sumo, muchas hojas secas. Cada vez más deshojado y seco se veía enfermo... parecía moribundo. Lo más seguro es que esta frutita, que se había quedado rezagada en alguna rama estuviera inmadura o podrida. Ni lo uno ni lo otro. ¡Ni un gusanito! Totalmente limpia y madura, ¡muy sabrosa! Me atreví a comerla después de contemplarla un poco.

Con todo y esta señal, mi pensamiento seguía intranquilo y mi confianza en Dios se veía traicionada. Luego de unos pocos días, otra duda. ¡Pero ese mismo día cayó otra guayaba! "¡No puede ser!", pensaba. "Sería mucha casualidad que ésta también estuviera perfectamente madura". Así fue; por lo que, lejos de ser una mera casualidad, entendí que Dios me estaba hablando de Su Providencia.

Cinco guayabas cayeron en diciembre, un mes que no es época de ese fruto. Tres más cayeron en marzo y una en abril, ya anunciando la estación. Sé que Su Providencia nunca me abandonará. Mateo 6, 33 ya nos lo dice: "Busquen primero el Reino de Dios y Su Justicia y todo lo demás se les dará por añadidura". Me lo ha dicho muchísimas veces, desde joven y, ¡vaya corazón duro el mío que aún no termina de fiarse! Si tengo que comer guayabas el resto de mi vida, será la mesa servida por mi Padre para bienestar y salud.

Sigo en mi trabajo, confío en que será para bien. Varias cosas más han pasado y bendigo los malos recuerdos y a las personas que los produjeron. Nueve guayabas van cayendo... y Dios sigue proveyendo.

21 de febrero de 2017

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LAS REDES SOCIALES

Reflexión

¿Cómo demostraban el amor nuestros padres, antepasados, hermanos mayores e incluso nosotros mismos? Hace una década, ¡menos aún!, un lustro apenas, el hecho de concretar un día, una fecha, una hora para el encuentro con alguien amado, era en sí misma un preludio para la vivencia del amor. Era, como dice el zorro en el Principito: "el tiempo que le dedicas a tu rosa, lo que la hace valiosa para ti".
Hoy día, las carreras, el trajín, los desánimos, los miedos y la COMODIDAD (sí, con mayúsculas) sumada a las facilidades de la tecnología, nos hacen creer que apretar un botón, el botón de "SEND" es suficiente para demostrar amor. "Te amo porque te mando mensajitos inspiradores", "Te amo porque te mandé una imagen bonita para desearte feliz día", "Te amo porque te incluí en mi millón de destinatarios con copia oculta"... No es suficiente. No demuestra amor. Ni amistad. No, si tus familiares, amigos, compañeros, de verdad te importan. Tal vez demuestra un poco de egolatría, para que todos los demás encajen en tu mundo "ideal" y vean lo humanitario que eres, los valores que practicas y la bondad a la cual aspiras. Para que todos los demás te entiendan primero, antes de entenderlos tú. Tú ,"el bueno" con los demás, a pesar de la maldad de este mundo.
Un tiempo de calidad, una llamada de voz incluso, un esfuerzo para hacer vida el encuentro nunca será sustituido por la mensajería instantánea. Si de verdad te importan los demás, ámalos. "Llámalos", (agrega la doble ele al principio), haz un tiempo para ellos, sacrifica un tiempo de descanso para verlos, hablarles y escucharles. Pregúntales cómo se sienten, qué ha pasado últimamente en sus vidas y sabrás cuánto tu presencia y tu amistad aporta a las mismas. No se trata de sumar cantidades de amigos a nuestras redes y saturarlos con mensajes positivos (que a veces van hasta repetidos o devueltos al mismo que lo envió). Nunca un texto enviado en diezmilésimas de segundo sustituirá el contacto humano, la calidez de una mirada, de una palabra, de un abrazo... de la pregunta con genuino interés y viendo a los ojos: "¿Cómo te ha ido?" La virtualidad no se equipara a la realidad en cuanto a vivir el amor. Se trata de sumar calidad a la vida que Dios nos ha regalado. Del tiempo hecho y buscado en realidad para el encuentro. Con esfuerzo, agotamiento, sacrificios, aún cuando tenías planeado descansar, dedicarte a ti, olvidarte del resto del mundo. Eso es, en realidad el amor. Practícalo.

17 de febrero de 2017

El símbolo de la paz, totalmente bíblico

Somos hijos de nuestro tiempo y como tales, nos hemos acostumbrado a ver cierta iconografía como parte de la cultura universal. 
El símbolo de la paz, tan conocido, es ampliamente utilizado y difundido en todo el mundo por diversas organizaciones, entidades sin ánimo de lucro, festivales, movimientos, naciones... y se ve ya como algo natural. Sin embargo, pocos sabrán de dónde viene este símbolo formado por la paloma blanca con la ramita de olivo en el pico,  y por qué se utiliza para simbolizar el tan preciado bien de la paz. El origen de tal símbolo es total y auténticamente bíblico. Podemos comprobarlo en el libro de Génesis, capítulo 8 versículo 11, que nos narra cómo Noé, luego que el diluvio cesó, sacó a la paloma del arca para comprobar que hubiera tierra seca. Y literalmente dice así: "Y la paloma volvió a él a la hora de la tarde; y he aquí que traía una hoja de olivo en el pico".
¡Cuánto detalle en un simbolismo tan simple!
La paz.
La tan ansiada, deseada y esperada paz, encerrada en un ave muy mansa e inofensiva, trayendo en su aliento una muestra del renacimiento de vida en la tierra.
¿Por qué a alguien se le ocurriría convertir esta imagen en sinónimo de paz?
Habrá muchas interrogantes alrededor. Pero esta persona supo abstraer de una historia altamente dramática, lo esencial, el sentimiento con que culmina y que el narrador quiso transmitir; la sensación de alivio, de nuevas oportunidades, de reconciliación, perdón y paz. Y una cosa es segura: esta persona leía la Biblia.

10 de febrero de 2017

¿Por qué nos cuesta tanto volver a confiar?

Es cierto, nos lastima que nos traicionen, que nos mientan, que nos desprecien, que nos hagan una mala jugada. Nos cuesta volver a ver a esa persona con los mismos ojos, hablarle de frente, incluso si hay necesidad de darle un abrazo, por cualquier razón, lo hacemos por compromiso, desviando la mirada, dando un beso al aire. ¿Volver a confiar en ella? ¡Ni de chiste! No contar con ella, no hacerla partícipe de lo nuestro, no permitirnos una nueva debilidad parece ser garantía de nuestra madurez.
Los niños pequeños no son así. Si se pelean por un juguete, por un dulce, por un espacio, al rato se vuelven a ver a los ojos y se abrazan con ternura, olvidando el pequeño altercado.
Es por eso que el Señor nos dijo que nos hiciéramos como niños. Porque los niños aman, sobre todo lo demás. Son libres para amar y no se atan a tristezas del pasado, ni andan acarreando lastres inútiles de desconfianza y sospechas. Prefieren las personas a las cosas, la alegría a la seguridad, la compañía a la admiración.
El fantasma del pasado aunado al ego y los recelos, hace sombra sobre nosotros. Nos impide gozar de esa felicidad que sólo brota del amor genuino brindado en libertad.
Hagámonos como niños, sigamos el consejo del Señor Jesús. Él nos ama tanto que Sus consejos sólo pueden traernos mucho bien... y al gozarlo, nosotros estaríamos a la vez, haciéndolo a los demás.

6 de febrero de 2017

Revertir la sensación de impotencia

Foto tomada de dailymail.co.uk
Impotencia. Amargura. Dolor... frustración y mucha rabia.
"Después de haberles abierto las puertas del país, de nuestras casas, aceptado sus costumbres como propias, de no imponerles nada: Se vestían como en su tierra, hablaban su idioma, comían su comida, celebraban sus tradiciones... Fuimos hospitalarios, amigables, desprevenidos. Los defendimos de los tiranos que los oprimían en su tierra... ¿y así nos pagan?"
Más de algún norteamericano ha de haber tenido este sentimiento el famoso 9/11, pensando en los inmigrantes suicidas.
La inmensa sensación de impotencia los abrumó.
Y posiblemente en aquel momento, en algún rincón de una mansión o en una oficina lujosa de otro edificio que tuvo la suerte de no ser atacado, algún magnate se propuso en su interior no volver a dejar que eso pasara. "¿Nos falló la seguridad? ¡Nunca más! ¿Nos fallaron las barreras de entrada? ¡Nunca más! ¿Fuimos demasiado hospitalarios? ¡Nunca más, nunca más, nunca más..!"
Este magnate seguramente se propuso llegar a la presidencia y revertir la sensación de impotencia y la angustia sobrecogedora de aquel trágico 11 de septiembre. No se puede regresar en el tiempo e impedir que la tragedia suceda; pero tal vez se puede cambiar la sensación de vulnerabilidad que quedó en la conciencia colectiva y si algo está a su alcance para lograrlo, lo hará. Con ello se ha propuesto devolver la sensación de tranquilidad y seguridad a sus compatriotas. Pretende que el sentimiento hegemónico "sobreescriba" el vacío que dejó aquella pérdida irreparable.
¡Nunca más! Estará pensando.
Desea blindar sus fronteras y sus corazones contra el temor a ser nuevamente invadidos, atropellados, mutilados, destruidos, aniquilados. Desea volver a su nación infranqueable desde la idea de recuperar la grandeza perdida.
Visto así, es comprensible su comportamiento. ¿Quién no lo haría, si estuviera en su lugar?
Pero... ¿es despertando hostilidades como lo logrará? ¿O debería escribir su parte de la historia con esta tinta nueva que es mayor conciencia de las propias debilidades? Las raíces de cada estadounidense (con la excepción de un mínimo porcentaje de nativos) están en algún inmigrante que se ganó el derecho a trabajar y un lugar para sus hijos, que hoy con orgullo se llaman ciudadanos. Un derecho muy bien ganado.