29 de abril de 2017

Resucito - Luisto & Llandres

Regalé mi Biblia

Después de haber recibido el sacramento de la Confirmación, había pasado muchos ratos con mi buena y grande Biblia Latinoamericana. Me la habían comprado mis papás mientras yo cursaba el segundo básico, a mis 14 años, por requerimiento del Colegio Santa Teresita.

Era de pasta dura, verde, más o menos tamaño media carta, con letra grande y muchos mapas y referencias que la hacían muy atractiva a la lectura.

Después de haber aprendido algo con ella, me había encariñado y a lo lejos creo recordar que le había resaltado tímidamente uno que otro versículo pero, siendo honesta, no me atrevía a mancharla más, ¡me parecía perfecta!

Un día, estando en casa de mi abuela materna, compartiendo con mis hermanas y primos, se me vino de repente una pregunta: "¿Será que la Güicha tiene biblia?" La Güicha era la querida muchacha de servicio, que, entre idas y venidas, pasó varias décadas sirviendo en casa de mi abuela.

Se me ocurrió de pronto que el mayor tesoro que yo tenía hasta ese momento era mi biblia. Y que mucha gente se estaba perdiendo de esa riqueza, de conocer a Dios, sólo por el hecho de no tener una. Le hice la pregunta y la respuesta fue la esperada: no tenía biblia. En un gesto totalmente espontáneo y sin cálculo, le regalé mi biblia. Estaba convencida que era más lo que yo podía recibir de Dios que lo que yo podía dar y que, entre más me costara desprenderme de algo, más valioso sería el gesto.

Años después, la Güicha optó por irse a vivir con su familia a los EEUU y aunque supimos esto y un poco más, perdimos el contacto con ella.

Me llegó la edad adulta y con ella, la preocupación por las cosas materiales. Aún cuando siguiera considerando la biblia un bien espiritual, recuerdo una etapa en la que me entró una mezquindad e inseguridad y me arrepentí de haberla regalado. No sé bien en qué estaba pensando ni por qué lamenté mi gesto de generosidad. ¡Qué triste! ¡Qué retroceso! Tal vez en ese momento pensé que yo la apreciaría más, que estaría mejor cuidada, que había sido un error, un desperdicio regalarla a alguien sólo porque sí, sin saber muy bien si la apreciarían. La verdad es que nunca supe si la Güicha y su familia aprovecharon aquel regalo; tal vez sí, tal vez no, tal vez hasta más que yo. Lo cierto es que Dios obra de maneras misteriosas y saca el mejor provecho de todas las circunstancias. Ahora estoy mucho más convencida de ello y puedo decir con toda certeza que no me pesa haber hecho aquel regalo.

Dios me ha dado mucho más. Ahora tengo una vieja biblia, muy distinta en presentación y ha recibido muy distinto trato, también. Está deshojada - la he pegado varias veces - muy subrayada, marcada de diferentes colores y con anotaciones en algunos márgenes. Lleva dentro unos cuantos separadores de lectura, señalando pasajes que me han dicho algo. No me puedo lamentar, tengo mi tesoro, el que Dios quiso que yo tuviera. Y si me viene el impulso de regalarla también, seguro lo haría sin dudar.

Sólo que ésta no sé si sería bien recibida, de lo maltrecha que está. Esto me alegra porque significa que he tratado de asimilar al máximo todo lo que tiene que decirme.