27 de agosto de 2017

Des-obsesión

No tengo por qué ocultarlo, me enamoré.
Sí, me enamoré varias veces.
Me enamoraba de hombres mayores, de mi misma edad... e incluso más jóvenes (esto último lo afirmo con cierta vergüenza, pero al fin y al cabo, el corazón no conoce la edad).
Es bonito al principio, cuando se acelera el pulso de sólo pensar en la persona, de oír su voz o no digamos, de verlo acercarse. Pero hay una finísima y delgada línea que separa el enamoramiento juvenil y adolescente de la obsesión. La obsesión se adueña de la persona cuando ésta siente que está perdiendo la magia e ilusión de los primeros momentos. Sucede mucho cuando el sentimiento no es correspondido y la persona no quiere aceptarlo. Es más común de lo que uno cree y es por eso que hay tantas parejas disparejas, embarazos forzados, triángulos y hasta tragedias amorosas. Comprendo a esas pobres muchachas, tienen la autoestima muy baja y la confunden con "yo consigo lo que me propongo", olvidándose que el hombre en sí mismo no es una meta, ni un trofeo. Lo que se conquista es la relación y el fruto del amor, no a un fulano sólo porque se "nos antoja".

Yo sufrí varias veces de obsesión, tengo que confesarlo. Me hacía esquemas mentales para convencerme de que estaba siendo correspondida o faltaba poco para que la otra persona cediera ante "mis encantos". También creía estar siendo objeto de cortejo cuando probablemente la otra persona sólo estaba siendo amable. O incluso, hubo algunos que lo que buscaban era un momento, deseaban experimentar sin afán de buscar nada serio.
Esta obsesión fue más allá del dolor en una ocasión particular: Pensé que al fulano en cuestión le era yo irresistible, por muchas señales que dio y luego descubrí que yo era sólo su conejillo de Indias... ¡para ve tú a saber qué! Lo cierto del caso es que me dormía pensando en él, despertaba pensando en él, sentía por dentro una tirantez del alma, como que hubiera estado a punto de romperse y nada ni nadie me lo podía aliviar. Era una punzada aguda que no terminaba nunca y ya no sabía diferenciar entre mi pensamiento y mi sentimiento. Era como vivir con un puñal clavado y totalmente impotente para sacarlo. Era como desangrarse lentamente pero necesitar esa herida para llegar a verlo, aunque me lastimara más. ¡Una locura! Es el borde del precipicio, el principio de la locura, la desesperación más oscura.
Una mañana de fin de semana, estando yo en este trance de dolor, encendí la TV buscando alivio. Empecé a hacer zapping para ver si algo me lograba desenganchar la mente de esa obsesión tan penetrante y aguda, tal vez un programa cómico, un largometraje de ficción, de historia, algún documental... Llegó lo menos esperado: una monja y no en el canal católico, sino en TVE acaparó mi atención. ¡Pero más que eso, alivió mi obsesión! Ella decía a la entrevistadora: "Soy feliz", entre otras muchas cosas, que ahora no recuerdo. Lo que sí recuerdo es cómo toda la escena, su sonrisa genuina y la paz que transmitía, trascendió el aparato de televisor y la señal de cable y "deslastró" mi corazón, literalmente. Fue como un chapuzón de agua que le lavó todo lo que lo tenía impregnado y ciego. La religiosa me dejó muy claro, a mí en lo particular, que Jesucristo vivo es la fuente de todas las felicidades, las delicias y el consuelo. Que nada ni nadie fuera de Él pueden darnos lo que el corazón anda buscando y necesita. Fue como renacer. Fue como haber estado ciega y volver a ver. Yo todo eso lo sabía e incluso lo había experimentado, pero el enamoramiento obsesivo me lo había hecho olvidar.
Así fue como esa pequeñita escena de pocos minutillos me "des-obsesionó". El alivio y el respiro que tuve son indescriptibles, incomparables a nada vivido anteriormente. En ocasiones anteriores había tenido que "des-enamorarme", pero nunca ni tan intensamente había necesitado una "des-obsesión".
Me quedó claro, las relaciones deben ser libres, en la libertad que sólo nos da el Señor. Sólo Él nos completa y nos da plenitud. Y no nos hizo para andar obsesionándonos por ahí, con otros seres humanos igual de imperfectos, adoloridos, heridos, fallones y tal vez obsesivos como nosotros. Nos hizo para andar el camino juntos, apoyándonos los unos en los otros. Nos hizo para Él, como dice San Agustín, cuya fecha celebramos.
Una vez más, el Señor me liberó y lo hizo de la manera menos esperada: en una entrevista de Televisión Española, que no pretendía dar consejos, terapia, tips, entretención ni diversión. El simple y auténtico testimonio de una sierva de Dios que busca vivir su vida agradándolo, sin grandezas ni autocomplacencias, en el silencio y la discreción. Así llegó mi "des-obsesión".