A veces lo atribuyo a mi crianza, que estuvo en un 80% influenciada por mi padre, de los 0 a los 12 años. Solía ser recio, intolerante, le desagradaban mucho las blandeces y los rodeos. Para él, al pan se le decía pan y al vino, vino. Así nos hablaba y así había que hablarle. Crecí creyendo que todo se debía decir sin anestesia y que era, con mucho, lo mejor.
Al divertirme, también demuestro con total desparpajo todo aquello que me causa gracia. Suelto risotadas, levanto la voz, expreso sin timidez mis sentimientos con gestos y ademanes exagerados.
De más está decir que estas actitudes me han granjeado no pocas enemistades.
Al caminar denoto seguridad con pasos largos y sin ver a los lados. Esto lo hago para no tropezar. La aparente seguridad no es más que un disfraz para mi inseguridad.
Todo lo anterior, aunado a mi apariencia: alta estatura y fuertes proporciones, da como resultado una fémina muy poco femenina. Y sumado al hecho de permanecer soltera... toda mi personalidad se ha prestado a muchas malas interpretaciones... sí, en cuanto a mis preferencias.
Algunos me lo han dicho de frente: «Seguramente sos les». Otros lo denotan con el trato. Tal vez lo han hecho para que les demuestre con hechos que no lo soy.
Que la gente piense lo que quiera. Es una lección que me costó mucho tiempo aprender pero que debería ser de las primeras para sobrevivir. Ni me ofendo, ni me defiendo. Incluso me permito imaginar; ¿y qué, si lo fuera?
Para mis adentros, prefiero identificarme con el magnífico personaje de Darcy McGuire, interpretado por Helen Hunt en "What Women Want". Ella sufre por ser tan honesta y a veces se arrepiente. Pero decir lo que uno piensa y siente es una garantía de transparencia y no de apariencia.
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