Foto cortesía de Oregon Zoo. |
El pasado 20 de abril, Miércoles Santo, paseábamos por el Malecón del puerto La Libertad, los delegados de comunicación social salesiana durante un momento de esparcimiento. Habíamos llegado a El Salvador el lunes 18 para un encuentro que duró hasta ese día.
Caminábamos de regreso hacia el muelle mi amiga Ligia y yo, que somos ya señoras de cuatro décadas, según Arjona. No obstante, un muchacho veinteañero -si se puede menos- nos vio venir, respiró hondo inflando el pecho y sacó a relucir sus pectorales. Dudé si lo haría para lucirse con nosotras. Salí de dudas cuando pasamos a su lado y, para no pasar inadvertido, extendió ambos brazos a todo lo ancho... ¡casi se podía decir que en ademán de alzar el vuelo... y con riesgo de darnos un manotazo!
¡Cuánto me recordó a los pavo-reales, que despliegan su hermosa cola para llamar la atención de alguna hembra!
Hace algunas décadas, para explicar las diferencias de las especies, los versados en la materia decían que entre los animales, el macho era más bello que la hembra. A diferencia de los humanos, en los que, por default, las hembras son las bellas (con excepciones, claro). Ahí tenemos al quetzal y al pavo real, por ejemplo. Y, en la fase de apareamiento, el macho se luce con toda su belleza para atraer a la hembra. El hombre, en cambio, se valía de demostraciones más refinadas para conquistar.
Hoy no.
Los varones ya no buscan la belleza afuera de ellos, sino más bien desean exhibir la propia y atraer así, a las damas.
Es un cambio total de época: los que antes conquistaban, ahora quieren ser conquistados; los que antes se decían "entre más feo, más hermoso", quieren ser ahora los bellos, et cætera.
Si me hubiera percatado de esto antes, no estaría tan extrañada. Ya, bajando libros, recuerdo a uno que otro que se paseó delante de mí con aires arrogantes o se me coló en alguna fila buscando llamar mi atención y yo... ¡ni los tomé en cuenta! Otras veces, me ofendía su arrogancia o atrevimiento...
¡Qué risa me da hoy! Si tan sólo hubiera captado su poca sutileza en aquel entonces, hoy tal vez sería la conquistada... o conquistadora.
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