Yo tenía muchas ganas de participar, pero por mi asma me preguntaba si podría hacerlo. El sereno me ponía muy mal. Otra opción era desistir de participar en la elaboración de la alfombra y caminar al día siguiente con mi mamá y hermanas en la peregrinación que saldría por "columnas" desde diferentes puntos de la capital hacia el Campo de Marte, donde sería la misa. Pensaba que sería extenuante, pero, al mismo tiempo, una oportunidad única en la vida que valdría la pena.
Una mañana, la mayoría de mis compañeras de clase terminaba ansiosa la tarea de una de las materias difíciles: Didáctica de las Matemáticas, Psicología del Niño y el Adolescente... una de esas, no recuerdo muy bien. Tocaba el período de Didáctica de la Música y la maestra, doña Yoly de Paniagua, nos esperaba en el salón, con su piano. Las afanadas decidieron no ir. Pero algunas de nosotras sí habíamos terminado la tarea en cuestión y, por consideración a doña Yoly también, decidimos bajar. Éramos unas seis: Rita, Mayarí, Sofi, Marisabel, Ana Beatriz y yo. Mientras nos dirigíamos hacia el salón, nos preguntábamos cómo excusaríamos al resto de la clase, ¿qué le diríamos a doña Yoly?
Lo que sucedió después siempre me ha hecho reflexionar sobre cómo Dios nos premió con creces aquel pequeño gesto de respeto y consideración hacia nuestra maestra. Doña Yoly nos sorprendió haciéndonos una prueba de afinación. No se mostró muy decepcionada por la ausencia del resto de la clase. En vez de ello, nos informó que el Instituto Belga Guatemalteco había sido seleccionado para conformar el gran coro que cantaría en la misa. ¡Estaba muy emocionada! Tenía que enviar unas 5 o 6 alumnas por clase.
En la prueba no puedo decir que hayamos destacado mucho por voz o entonación. Pero lo que sí nos distinguió fue el gran entusiasmo. ¡La sola posibilidad de estar cerquita del papa nos animaba enormemente!
Doña Yoly y su gran corazón nos seleccionó a las seis. ¡Todas estaríamos en el coro! ¡No podíamos creerlo! Del dilema de estar o no estar en la alfombra, pasé a la euforia de pertenecer a la animación de la misa junto con otros grupos escolares de jóvenes y niños.
Desde ese día todo cambió. Tuvimos ensayos con el director, padre Pedro González, jesuita, quien nos citaba en el Liceo Javier, en el gimnasio del colegio y no recuerdo dónde más.
Cuando subimos a la clase y les contamos al resto de compañeras, tratamos de hacerlo sin presunción, pero apenas podíamos esconder el gozo que nos embargaba.
Himnario de la misa |
Aquella misa, cuyo 29 aniversario es hoy, fue sin lugar a dudas inolvidable para mis amigas y yo. Estoy segura que para muchos de mis compatriotas también.
Para mí, fue la primera de una serie de aventuras que se han sucedido hasta el día de hoy: campamentos, caminatas y misas masivas; ocasiones perfectas para compartir con mis hermanos en la fe, nuestra razón: la Palabra de Dios; bajo sol y lluvia, a pesar de desvelos, cansancios y hasta insultos.
Dios nos recompensó un gesto... o más bien nos hizo un regalo inmerecido: ¡participar del coro que animaría la primera misa del beato Juan Pablo II en Guatemala! ¡Gracias por regalarme un acontecimiento tan inolvidable, Señor!
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