
Los niños pequeños no son así. Si se pelean por un juguete, por un dulce, por un espacio, al rato se vuelven a ver a los ojos y se abrazan con ternura, olvidando el pequeño altercado.
Es por eso que el Señor nos dijo que nos hiciéramos como niños. Porque los niños aman, sobre todo lo demás. Son libres para amar y no se atan a tristezas del pasado, ni andan acarreando lastres inútiles de desconfianza y sospechas. Prefieren las personas a las cosas, la alegría a la seguridad, la compañía a la admiración.
El fantasma del pasado aunado al ego y los recelos, hace sombra sobre nosotros. Nos impide gozar de esa felicidad que sólo brota del amor genuino brindado en libertad.
Hagámonos como niños, sigamos el consejo del Señor Jesús. Él nos ama tanto que Sus consejos sólo pueden traernos mucho bien... y al gozarlo, nosotros estaríamos a la vez, haciéndolo a los demás.
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